Pour l'amour de ma vie!
La ventaja que la mudanza se hiciera con tiempo, es que ahora ya no hay nada que desempacar. Por el momento solo somos tú y yo en la primera tarde dentro de nuestro hogar.
Aún recuerdo la primera vez que estuve aquí, era una niña de ocho o nueve años. Esa entrada de piedra donde recuerdo haber resbalado una vez, con un pozo tan delicado a su lado, llena de plantas que desbordan flores alegrando la bienvenida. En la terraza frontal decides sentarte, descansando tus brazos del viaje a casa, no quisiste que manejara ni medio kilómetro. Por su parte Max, nuestro increíble cachorro de San Bernardo, disfruta de revolcarse en el pasto.
Te doy un suave masaje en tus hombros, tu cuello, y te susurro al oído que guardemos ese momento para la eternidad, pues es nuestro sueño hecho realidad. Tu esbozas una sonrisa y me besas, justo así, como la primera vez, tímido pero anhelando guardar en mis labios todo el amor del mundo.
En fin, es hora de entrar. Nuestro recibidor no es muy amplio, a la izquierda hay un baño y el estudio que compartiremos para echar a andar nuestras ideas. Por el otro lado tenemos que la chimenea le da a la sala ese toque cálido. Justo enfrente tenemos un piano, parte de la magia que compartimos al regalarnos piezas únicas, espontáneas. A través de los ventanales entra tanta luz que se escurre hasta el comedor donde algún día, no muy lejano nuestros hijos se sentarán a la mesa. A unos pasos más se encuentra la cocina, amplia, con una alacena diseñada justo como la de casa de tus padres, muy buena elección.
Todo el recorrido lo damos tomados de la mano elevando una oración a Dios, para que bendiga nuestro hogar por siempre. Al subir las escaleras de madera, de esas que crujen a cada paso, llegamos a nuestra habitación. Me tomas entre tus brazos para entrar y me dejas caer delicadamente sobre la cama; al unísono se escucha un “Te amo”, ambos reímos. La vista desde nuestro balcón es espectacular, tenemos justo enfrente una huerta de manzanas, duraznos y zarzamoras; y del lado izquierdo al fondo podemos divisar un arco de acueducto detrás del cual se encuentra la armoniosa casada.
Parece que empezará a llover como toda tarde de agosto, sin embargo, aún el sol no cae. Y como un regalo especial de Dios para nosotros, a lo lejos se divisa un arcoíris. Se escuchan unas uñitas joviales intentando entrar por la puerta de la cocina, más vale dejar entrar a Max antes que se moje y nos toque bañarlo.
Preparo algo sencillo para comer, un poco de pollo con su ensalada. Pero con el clima, nos dan ganas de hacer un picnic sobre la cama mientras vemos una película.
Bajo a la cocina los trastes sucios para lavarlos antes de que se acumulen y una vez más estás ahí como un ángel de la guarda detrás de mí. Me ofreces tu ayuda, entre dos es tan fácil dejar la cocina recogida. ¡Qué revelación! Ahora lo entiendo, ni la casa, ni la cascada, ni todos los manzanos rendirán un fruto similar al que me ofrece tu compañía, una sola mirada. Aún no has partido a trabajar, ya te extraño; aunque tengo una vida entera para disfrutarte en cada sonrisa, en cada beso, en cada caricia ...